Antonio Maqueda
Tienden los amaneceres del verano a confundirse entre sí. No sabemos cuándo fue uno y cuándo otro, si el otro fue antes que el uno, o si el primero prosiguió al segundo. Todos suceden por igual: una explosión de luz y, entre medias, luces y sombras hasta llegar al atardecer que corresponda. Estos, los atardeceres, también tienen querencia a disfrazarse los unos con los ropajes de los otros. Y suceden por igual, una luz que se apaga precedida de destellos difuminados, de brillos que agotan su brío cuando se esconden tras el horizonte. Y entre medias, la vida sucede, también con sus confusiones.
Despierta el puerto pesquero, ya las amarras se van soltando y se dibujan vuelos sobre la mar. Parece varada la luz sobre el horizonte y aguantan los barcos su simulada quietud. Despierta la vida.
Se desparraman los haces de un sol aún por cosechar y acarician las mieses que hace semanas embalaron los hábiles engranajes de una provechosa maquinaria. Se desenvuelve la vida.
Las artes de pesca se enmarañan. Más parecen artimañas de las redes para evitar ser usadas. En breve unas hábiles manos las echarán sobre una cubierta para desenmarañar la mar. Se buscan la vida.
Acabó por enmarañarse el cielo en un escorzo cuyo aparente descuadre confunde al fotógrafo que captó la instantánea en aquella sierra que dominaba los campos de cultivo. Nos engaña la vida.
La playa esconde secretos y a veces camufla elementos que la habitan. Entre medias de la espuma y la arena, la serenidad alzará el vuelo en cuanto la ola invada su espacio. La vida se repite.
En ocasiones los objetos proyectan su día soñado, se erigen en diseñadores de geometrías que ocupan el espacio a su antojo, cual si fueran entes con voluntad propia. Se imponen los malabares de la vida.
Una higuera da cobijo al castillo del pueblo, lo abraza. Como debieran hacer todos los pueblos con sus castillos, quererlos, cuidarlos, abrazarlos. Sean de Sol o de Luna. Viven. Si no se les deja morir.
Varios soles se despiden dejando besos marcados en la arena, otros sumergidos bajo las olas, que tienden a hacerse una. Enamorados, la playa y el sol no quieren separarse. Es la vida una renuncia.
Por no dejarte marchar, le puse cadenas al campo. Entre mis rejas te escapabas, de nada me sirvió el candado. ¿O acaso procurabas la llave para entrar? ¿Quizá amanecías? Es la vida una loca confusión.
Hits: 71
Sé el primero en comentar